Entre el amarillo de las retamas, el caramelo de los arrayanes y el violeta de los lupinos, Villa La Angostura espera el verano viviendo el sur dentro de un cuadro de Monet.
El silencio no tendrá sonido, pero está lleno de sensaciones. En Argentina, Villa La Angostura es una sucursal del ruido a la nada. Basta con sentarse a orillas del lago Nahuel Huapi para que cualquiera de esas percepciones se hagan realidad y conecten a uno consigo mismo, y lo hagan vibrar por el contacto pleno con la naturaleza. Estrés, cero.
Hay silencio, sí, pero por sobre todo hay lugares para descubrir. Para comunicarse con él. Uno, el Nahuel Huapi. Otro, el Parque Nacional Los Arrayanes. Otro más, el Lago Correntoso. Y otro, y otro, y otro. Villa La Angostura es una suma de perfecciones paisajísticas: allá en el fondo, la montaña; un poco más acá, el agua azul, calma; y acá, al alcance de la mano, el color amarillo de las retamas, el caramelo de los arrayanes, el verde de los coihues y el violeta de los lupinos.
La Villa aparece como un sitio que tienta, más allá de su imagen de postal. ¿Por qué? Porque está a 76 kilómetros de Bariloche, a 106 de San Martín de los Andes y a 45 de la frontera con Chile. Puede funcionar como base de operaciones para recorrer la Patagonia. ¿Bariloche una competencia? Nada que ver. El pensamiento común es que el lugar funciona como un complemento: uno es la gran ciudad y el otro la aldea.
Primo Capraro es algo así como un dios en Villa La Angostura, por un motivo sencillo: fue el primero que no se quedó perplejo con lo maravilloso del lugar. O no se quedó sólo en eso: el hombre (un italiano que llegó a esta localidad en 1903) vio más allá y transformó la geografía. Simple: abrió un destino turístico de apenas siete mil hectáreas, tan solo una colonia agrícola ganadera que descansaba pegado a Bariloche, la metrópoli.
Hoy, Villa La Angostura es un lugar en el que viven 17 mil habitantes. Capraro compró un lote, primero construyó un aserradero y después edificó el primer albergue del lugar. Hoy, ese alojamiento es el Hotel Correntoso, uno de los más lujosos de la Villa.
Las 17 mil personas que viven allí llegaron, en su mayoría, de otros lugares del país. Y la mayoría de esa mayoría arribó desde Buenos Aires. Por esta cuestión migratoria es extraña la división que hay entre los objetivos de esos habitantes: están los que no quieren más progreso (e incluso no están contentos con el desarrollo actual), están los que pretenden crecer sin dañar las características de la localidad y también los que tienen como objetivo modificarla y hacerla una ciudad (e incluso se preguntan por qué no construir allí un shopping).
Es raro, pero pintoresco: la aldea contiene para los que allí pasan los 12 meses del año los problemas típicos de pueblo. Y se manejan con pequeñas denominaciones locales. NyC, Nacido y Criado; VyQ, Venido y Quedado; y TaF, Traído a la Fuerza.
En general, tanto los mochileros como los que viajan con dinero como para disfrutar más de las comodidades, toman a la Villa como un lugar de paso. Sin embargo (y sobre todo durante el verano), este sitio posee alternativas para instalarse y disfrutar de diferentes actividades, más allá del silencio.
La Angostura aparece en el imaginario popular como un destino costoso. Aunque no está en ninguno de los extremos económicos, porque le juega a favor que posee mucha oferta hotelera y de diversos precios. Además, tiene con qué jactarse. Claudio, uno de los guías de la localidad, infla el pecho y dice: “Ushuaia es el destino más austral y atrae gente por eso. El Calafate tiene al glaciar Perito Moreno... Y bueno, nosotros estamos entre dos Parques Nacionales: el Nahuel Huapi y los Arrayanes”.
Uno de los sitios obligados es precisamente el bosque de Arrayanes. Se trata de 12 hectáreas de árboles color miel que, agrupados, conforman un paisaje imperdible.
Desde la península de Quetrihue salen catamaranes (la tarifa va desde los 180 pesos), pero lo mejor (lo más lindo y divertido) es hacer caminando o en bicicleta (las alquilan en el puerto) el trayecto hacia el bosque. Uno se siente ínfimo en un recorrido lleno de árboles, colores, cantos de pájaros y un lago. Y llega a la conclusión de que está dentro de un cuadro de Monet: y que ese cuadro es la perfección si el sol lo ilumina todo. Eso sí, esté el sol o no, cualquiera puede acercarse y tocar un arrayán, que no cambiará su temperatura y estará bien frío. ¿La entrada al Parque? Sólo dos pesos.
Ahí cerquita están los miradores del Quetrihue, que son de fácil acceso y que no demandan más de 20 minutos para llegar a la cima. Desde allí, y de un lado, puede contemplarse la Bahía Brava y el Nahuel Huapi; y del otro la Bahía Mansa y el Messidor, un lugar que tiene su propia historia. Se trata de un pequeño castillo de estilo francés construido en 1942, que hoy funciona como residencia gubernamental.
Entre las pequeñas grandes historias que tiene este castillo hay una que data del año 1976. Allí, Isabel Martínez de Perón estuvo presa durante exactos nueve meses y 21 días. Y si algo vale la pena es recorrer este sitio (recorrerlo, porque no está permitido el ingreso al público y sólo se puede transitar en vehículo, sin descender ni detenerse), conversando con los lugareños: los rumores sobre la estadía de la ex presidenta son tan maravillosos como impublicables.
Adentrarse en la montaña es otro de los desafíos por cumplir en Villa La Angostura y en ese sentido el cerro Belvedere es una gran opción (para el invierno, y para esquiar, está el cerro Bayo). Hay dos formas de abrir la puerta: hacer una cabalgata o ir a pie.
Para la primera opción, las cabalgatas organizadas por el Tero Bogani son una alternativa: una de dos horas cuesta 120 pesos y la de todo el día, 480 pesos, con comidas.
El recorrido también puede hacerse caminando. Y se puede llegar al mirador Belvedere, pasar por el río Las Piedritas, llegar a la cascada Inacayal y visitar el Cajón Negro, en un trayecto en el que contemplar la flora y los ruidos naturales no tienen costo alguno.
Por si fuera poco, la geografía ofrece la posibilidad de realizar deportes: kayak en el Nahuel Huapi, el Lago Correntoso o el Espejo. En este último, Pablo Beherán propone kayak dobles o individuales. Por el día completo cobra 320 pesos y por medio día, 200 y promete “sabrosas paradas”, en las que ofrece picadas o bien mate y cosas dulces. Es una buena manera de acompañar la tarde o la mañana, en alguna de las playas de arena volcánica del lugar. Así como también lo son las actividades que propone el Centro Recreativo La Piedra, donde se pueden hacer travesías en cuatriciclos, o rapel, o tirolesa.
La pesca deportiva es otro de los atractivos. La temporada de pesca se extiende desde noviembre hasta abril y el desafío es pescar una trucha en el Río Correntoso –el más corto del mundo, según cada uno de los 17 mil habitantes–, en cualquiera de las modalidades de pesca que uno elija. Además del Correntoso, esta actividad puede realizarse en el Río Machete, el Lago Espejo, el Lago Correntoso y el Río Ruca Malén.
Eso, Villa La Angostura es un sitio que ofrece lugares por descubrir constantemente. También está la Bahía Manzano, algo así como un barrio de lujo, con resorts y cabañas a orillas del Nahuel Huapi. O las actividades del COA (Centro de Observación de Aves). O la Fiesta de los Jardines. O la semana de la Navidad.
Y, eso sí, la perfección paisajística, siempre: allá en el fondo la montaña, un poco más acá el agua azul, calma, y acá, al alcance de la mano, el color amarillo de las retamas, el caramelo de los arrayanes, el verde de los coihues y el violeta de los lupinos.
Fuente: Perfil Turismo
http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0421/articulo.php?art=18335&ed=0421