A medida que se avanza por el camino, el paisaje cambia su fisonomía pero nunca abandona su belleza. Casi no quedan resabios del crudo invierno, salvo en las altas cumbres.
Es posible que en algunos tramos dé la sensación de estar en la región de los Siete Lagos, en San Martín de los Andes, Bariloche o en Villa La Angostura. Pero la duda se disipa al llegar a destino. La magnificencia de Villa Pehuenia no tiene comparación. No es más ni menos que sus vecinas turísticas. Simplemente no se puede comparar.
De lejos se observa un puñado de cabañas y hosterías construidas en piedra y madera. Están desperdigadas en una pequeña península donde hace menos de dos décadas sólo llegaban pescadores de trucha a probar suerte en los lagos Aluminé y Moquehue.
Sobre el margen derecho de la ruta el escenario cambia abruptamente. A lo lejos se observa el volcán Batea Mahuida. La nieve se niega a abandonar los picos más altos. El color gris y amarillento les gana al verde y al turquesa. No se ven casas, apenas un rancho cada doscientos metros habitados por mapuches. La misma comunidad administra estas tierras, se resiste al progreso y mira con cierta desconfianza a sus vecinos de enfrente.
Como el pueblo es muy reciente, los mapuches, que ocuparon estas tierras hace dos siglos, resultan los residentes con mayor antigüedad. Es apasionante observar la convivencia de culturas, el profundo respeto por la comunidad mapuche y el trabajo mancomunado. Los resultados están a la vista.
Los demás pobladores fueron llegando en las últimas décadas, atraídos por un lugar que tiene todavía un potencial turístico enorme por explotar. Arribaron en su mayoría procedentes de Buenos Aires y de Rosario. Se los puede considerar privilegiados, dado que Villa Pehuenia está construida en una península y por la geografía de la zona se cree que su crecimiento estará limitado a unas pocas familias más. De hecho, hoy no hay terrenos disponibles para construir. Por ahora, y hasta nuevo aviso (las tierras son fiscales) hay mucha demanda y la oferta se limita a que aparezca alguien dispuesto a vender su propiedad por unos cuentos millones de pesos. La otra alternativa es esperar -quién sabe cuánto tiempo- hasta que el municipio vuelva a otorgar terrenos fiscales. Los da a pagar en cuotas a cambio de la presentación de un proyecto de construcción y desarrollo de alguna actividad productiva para contribuir al desarrollo de Pehuenia.
La historia turística de la villa es incipiente. Hace veinte años el lugar se conocía como Paraje La Angostura y apenas aparecía en algún mapa. Era una desconocida aldea de montaña habitada por la comunidad mapuche y frecuentada cada tanto por pescadores con mosca que construyeron sus casas de fin de semana alrededor del lago Aluminé.
Hoy el lugar mantiene la virginidad de aquel entonces. No hay asfalto. Los perros se mezclan entre vacas y conejos en caminitos de tierra que suben y bajan y pueden terminar en playas de arenas blancas a orillas del lago o vaya a saber dónde.
La topografía de las costas es muy variable: es común encontrar desde playas de poca profundidad hasta murallones acantilados de más de cincuenta metros de altura que caen hasta cuarenta metros al fondo del lago. El Golfo Azul concentra la mayor parte de las actividades náuticas. En verano, el agua tiene una temperatura de aproximadamente 20 grados.
Estando en Villa Pehuenia uno cae en la cuenta de que todavía hay sitios donde el silencio es presencia y plenitud, y sólo es interrumpido por el zumbido del viento o el canto de algún pájaro. Aquí no existe el calendario. A las pocas horas de llegar uno pierde noción del tiempo. No existe el reloj, no importa a qué hora sale el sol ni en qué momento se oculta.
Siempre hay espacio para organizar una excursión. Caminar es una posibilidad. Porque salir a recorrer la villa implica sumergirse en paisajes inimaginados entre bosques y cascadas, hasta llegar a la unión de los dos lagos principales.
En cuatro ruedas el abanico se amplía, sobre todo si se contrata a un guía con vehículo 4x4. No hay como serpentear la zona del volcán Batea Mahuida, trepar hasta su cima, desde donde se obtiene la mejor vista de la villa y de los volcanes Lanín, Villarrica, Llaima y Llonquimay, e incluso acercarse al pie del volcán hasta la laguna que se forma en su cráter. O salir a recorrer el Paraje la Angostura y sus cinco lagunas, sitio de asentamiento histórico de la comunidad mapuche Puel. O llegar hasta el Paso del Arco, antiguo paso a Chile (ya desactivado), por un camino de arena volcánica, tierra y ripio.
Pero a la hora de recomendar una salida de este tipo, cualquiera recomendará el Circuito Pehuenia, un recorrido deslumbrante de 130 kilómetros que ofrece arroyos y cascadas, ríos y lagos, montañas y bosques puros de pehuenes. Generalmente se calcula entre 5 y 6 horas para realizar todo el tramo, pero el viaje depara tantas sorpresas que lo mejor es salir a primera hora de la mañana y regresar a últimas horas de la tarde.
Hay que dejarse llevar, escalar donde la naturaleza (y el guía) lo permita, parar a la vera de los lagos Aluminé, Nonpehuén, Ñorquinco, Pulmarí y Moquehue, que da nombre a una pequeña aldea serrana ideal para hacer un alto en el camino y tomar decenas de fotos con el marco imponente de la Cordillera de los Andes detrás.
El Parque Nacional Lanín tiene pasadizos insospechados, como dos espectaculares cascadas de agua helada y trasparente. Consejo: no olvide cargar el equipo de mate, provisiones para el almuerzo y la merienda y algún repelente para ahuyentar los tábanos. También se puede llevar una caña para probar suerte. La pesca con mosca es una de los fuertes de la región. Se practica en los ríos Filtran, Aluminé y Pulmarí, y los lagos Moquehue, Aluminé y Nonpehuen. La devolución es obligatoria.
El regreso es inminente. El cansancio casi siempre gana y a veces es inevitable cerrar los ojos para descansar la vista. Pero, paradójicamente, cada vez que ello sucede aparece como por arte de magia algo más y más hermoso para apreciar.
La puesta del sol anuncia el final del día. Un vecino cierra su tranquera para evitar que las vacas ingresen en el jardín. Dos turistas miran por el ventanal de la hostería Al Paraíso
el lago Aluminé (llamado «agua que brilla» por los mapuches) y sus alrededores. En minutos ya nada se verá. Pero poco importa, Villa Pehuenia ni siquiera de noche pierde el encanto de una auténtica aldea de montaña.
Fuente: Diario Ambito