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Publicado: 07/05/2011
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Fuente: Diario Perfíl

En el pequeño pueblo sólo quedan cuarenta habitantes. Se dedican a la recolección de algas, la cría y esquila de ovejas, y el turismo.

El andaluz don Lorenzo Soriano llegó a la Patagonia argentina en 1953 con un objetivo: encontrar un área de algas marinas para poder extraer de ellas el coloide que le hacía falta para continuar con la fabricación de fijador de cabello Malvik. En Chubut, descubrió Bahía Podrida, llamada así por los lugareños debido a la acumulación de aguas marinas en estado de putrefacción. Inmediatamente, Soriano realizó el primer relevamiento y luego, con la ayuda de sus hijos, comenzó con la recolección. De esta manera nació Bahía Bustamante, en honor a un capitán de ese apellido que llegó a la zona en la expedición Malaspina (1789). Con el tiempo, en este enclave ubicado en la margen norte del Golfo de San Jorge, a 180 kilómetros de Comodoro Rivadavia, llegaron a vivir 400 personas dedicadas exclusivamente a la recolección de algas marinas. Construyeron sus casas, los talleres, la comisaría y la proveeduría. Pero no sólo de algas vivió el pueblo: también en las 10 mil hectáreas que lo rodean, comenzaron a trabajar para la producción lanera.

Bahía Bustamante es el sitio perfecto para los viajeros que buscan lugares tranquilos, sin señal de celular, alejados de la “civilización”. Los observadores de aves estarán en su hábitat ya que se pueden ver –sin grandes travesías ni esperas, de acuerdo a la época del año– pingüinos, cormoranes, garzas blancas, petreles, ostreros y patos vapor.

Casas blancas, gran diversidad de fauna, mar azul, paisajes infinitos y un pueblo que se asemeja a un set de filmación. Bahía Bustamante es de esos sitios que escasean y quizás por eso ha sido tapa del suplemento de viajes de The New York Times.

En el pueblo viven cuarenta personas. construido en la década del 50, con calles prolijamente trazadas con nombres de algas (avenidas Gracilaria y Gigartinas, pasaje Gelidium), y una amplia costanera. Están las casas de los trabajadores, un pequeño museo, la iglesia y una comisaría que, además de funcionar como tal, se utiliza como vestuario para buzos.

¿Lujo? Para nada. Para alojarse hay seis casas recicladas. La luz artificial se puede utilizar hasta las 23; luego llega el momento de la luz a batería o de las linternas. A la hora de comer, la antigua proveeduría, con vista al mar, aguarda con platos de mero, cordero, guisos, mariscos y sorrentinos caseros.

En cada jornada, de acuerdo al estado de la marea y el clima, se definen las actividades de exploración. Para los que van en plan relax y no quieren tomar excursiones, el mar, con sus playas de arena fina y piletones naturales que se forman durante la bajamar, es una alternativa perfecta.

Para los inquietos, hay diversas propuestas. Entre tantas, se destaca la navegación por la Caleta Malaspina, que garantiza observar una colonia de lobos marinos, pingüinos y diferentes aves marinas.

Otra de las posibilidades es la visita al bosque petrificado que se encuentra a 30 kilómetros. Existen dos maneras de llegar: en 4x4 o en bicicleta. Una vez allí, los enormes trozos de troncos petrificados convertidos en una roca dura, con el característico brillo del ópalo son los protagonistas.

Para aprender sobre el proceso de producción de lana y carne ovina, la propuesta es visitar alguna de las tres estancias que conforman Bahía Bustamante: Las Quebradas, La Margarita y Las Mercedes. Según las actividades que estén realizando en cada una, se puede participar de un día de trabajo durante la señalada, el destete o la esquila (agosto-septiembre).

En tanto, los que quieran conocer sobre el proceso de extracción de algas, existe una visita para aprender sobre el trabajo de cosecha, reconocer las diferentes especies y aprender qué productos se extraen de cada una. Lo que no se debe dejar de hacer es el paseo en barco –al amanecer– a las islas Vernacci. La estampa única del cielo rosado fundiéndose con el color del mar bien vale el madrugón.

Fuente: Diario Perfíl


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