Uno de los grandes atractivos de Las Grutas es que tiene mucho más que playa. Los amantes del avistaje de aves, por ejemplo, pueden emprender el camino hacia la zona de San Antonio Este –el puerto por donde se exporta la fruta del Alto Valle de Río Negro– y conocer sus desérticas pero imponentes playas de conchilla, que forman parte de una reserva natural destinada a proteger a las aves migratorias que cada año recorren miles de kilómetros entre Tierra del Fuego y el Polo Norte. Estas playas, totalmente agrestes y solitarias, son de una belleza increíble y sus aguas turquesas y cálidas las hacen dignas de un pequeño y desconocido Caribe rionegrino.
Otro sitio para descubrir sí o sí es la Salina del Gualicho, a 60 kilómetros de Las Grutas. Este desierto de sal se encuentra en el Bajo del Gualicho, a 72 metros bajo el nivel del mar, la segunda mayor depresión de nuestro país (la primera es el Bajo San Julián, en Santa Cruz, que con 107 metros bajo el nivel del mar es la mayor depresión del hemisferio occidental). Desert Tracks es la prestadora que organiza la visita: mucho más que una excursión, lo que se propone es una experiencia que resultará imposible de olvidar. Se sale al atardecer, en viejos camiones militares reacondicionados para el turismo, y se llega al oasis de sal alrededor de una hora después, para ingresar en los playones de trabajo rodeados de bloques blancos y gigantescos. Los guías se encargan de dar todos los detalles técnicos, empezando por el origen del salar, que se formó cuando se elevó la Cordillera de los Andes y esta zona sufrió una depresión que permitió el ingreso del mar. Pasaron los años y el mar se retiró, pero quedó una capa madre de sal de 23 metros de espesor: hoy, esta capa de sal es explotada con fines industriales pero se regenera todos los años, convirtiéndose en un recurso prácticamente inagotable. No queda sino agradecerlo, sobre todo cuando se llega hasta el corazón de la salina para ver la puesta del sol, que lentamente se hunde en el horizonte tiñéndolo de rosa y regala un toque romántico al brindis que se propone a los participantes. Más tarde se volverá a la zona donde quedó estacionado el camión para comer un pollo al disco recién preparado a la luz de las estrellas, y finalmente recostarse boca arriba para explorar con catalejos la magnificencia de la bóveda celeste del hemisferio austral.
Fuente: Página 12 Turismo