Saco la cámara. Registro el turquesa que parece retocado con Photoshop, una grieta que no había visto antes, el azul imposible que asoma de su interior. Guardo la cámara. Un minuto después vuelvo a sacarla. Una nueva gama de hielo y celeste llama mi atención. Y el ciclo se repite.
Tomar fotos del glaciar más famoso de la Argentina es así. Prácticamente un vicio, aunque uno lo haya visto antes, aunque haya sacado las mil y una fotos y videos.
Tal vez eso explique el porqué de un turismo que continúa en ascenso por estos confines del mundo, sin importar que se trate de uno de los destinos más caros del país, si no el más caro.
Desde que el aeropuerto internacional le abrió la puerta grande al glaciar, hace apenas 10 años (antes había que volar a Río Gallegos y desde allí hacer 300 kilómetros por tierra), el Parque Nacional Los Glaciares pasó de recibir 60.000 personas en la década del 80 a más de medio millón en los últimos años (en temporada alta llegan hasta tres mil personas por día).
El Calafate, a 80 km y base para la mayoría de visitantes, también recibió los coletazos del boom: de una población más o menos estable de cuatro mil personas saltó a 20.000 habitantes en una década. La cara más visible de este crecimiento repentino es el surgimiento de nuevos hoteles, muchos con varias estrellas en su haber, otros tantos de dudosa propiedad (pero no vamos a entrar en la arena política). Por lo demás, en las pocas cuadras céntricas que flanquean la Avenida Libertador siguen más o menos inalterables los negocios de dulces regionales, artesanías y ropa deportiva (y un casino estilo Las Vegas que nada tiene que ver con el paisaje patagónico).
Así quedó claro que la infraestructura del Perito Moreno no iba a dar abasto. Por eso se remodeló el parking, se estrenó una confitería, se hicieron nuevos baños, se asfaltó la ruta de ripio que llegaba hasta la entrada del parque y, lo más importante, se habilitaron las nuevas pasarelas que miran a la pared frontal del glaciar (en mayo de este año se terminaron de agregar los últimos senderos): 4 km de acero sostenido también sobre pilares de acero, a casi un metro de altura (la idea es que no se corte la vegetación ni la fauna autóctonas), con rampas y hasta ascensor incluidos.
Parece mentira, pero hasta que se inauguraron las primeras pasarelas de madera, a fines de los 80, murieron 32 personas que se acercaron demasiado y no pudieron anticipar la fuerza de las olas y las esquirlas que se desprenden con violencia de los bloques. Porque hay que escuchar cómo ruge y truena esta mole de hielo, que además se quiebra y desgaja con estrépito en forma constante. Los célebres rompimientos, por otro lado, no se pueden predecir. El último ocurrió en julio de 2008, en pleno invierno, y el anterior, en marzo de 2006, en plena noche. Por otro lado, el rompimiento de marzo de 2004 fue el más mediatizado de la historia (hacía 16 años, además, que no se daba el espectacular fenómeno).
Más allá de las pasarelas, otra de las opciones para acercarse a la masa de hielo acumulada (porque no es hielo, sino eso, nieve acumulada) es el llamado safari náutico, que no es otra cosa que navegar por el por el canal de los Témpanos. Sólo desde esta perspectiva se puede tomar conciencia de la majestuosidad del glaciar y la altura real de sus paredes, de unos 50 metros en promedio ("Más o menos como un edificio de 16 pisos", compara el guía). Y si bien en su superficie cabe la ciudad de Buenos Aires, el Moreno no es el glaciar más grande: el Upsala, con 595 km2, lo triplica en tamaño.
El minitrekking sobre el mismo glaciar, la tercera opción, es el preferido por muchos para explorar este mundo de sumideros y hoyos y pasadizos. No requiere de más dificultad que poder calzarse los grampones y no salirse de la fila india que encabezan los guías (el Big Ice, por el contrario, es un excursión con mayor grado de tecnicismo, y el límite de edad para hacerla son los 45 años).
Lo mejor opción, en todo caso, es visitar el glaciar por esta época, cuando el frío no es tan frío y se puede tener el raro privilegio de tenerlo prácticamente para uno. Sin tener que esperar a que el grupo de japoneses se disperse para sacar la foto, o abrirse paso entre las hordas de alemanes y españoles y jubilados cordobeses para terminar haciendo el clic sobre la cabeza de alguno. Porque al fin y al cabo, dejar de sacar fotos a tamaña maravilla es mucho pedir.
Cómo llegar:
LAN opera un vuelo diario con escala en Ushuaia, con tarifas desde $ 1368 (impuestos incluidos).
Informes: 0810-9999-LAN (526); www.lan.com
Excursiones
Minitrekking: $ 430 por persona (hay que sumarle el transfer, que es de $ 70 para el regular y $ 450 el privado).
Big Ice: $ 720
Safari náutico: $ 50.
Entrada al parque: $ 25 (35 a partir de enero).
Fuente: La Nación Turismo