Casi como un espejismo, aparecieron detrás de una colina los increíbles Cuernos del Paine. Habíamos llegado al Parque Nacional Torres del Paine en Chile, luego de un viaje de seis horas en auto desde El Calafate, Santa Cruz.
El cruce fronterizo de Cancha Carrera había puesto un toque de inquietud debido a los retrasos en los trámites aduaneros. Pero logramos llegar a horario a la portería Lago Sarmiento, donde se abona el acceso al parque, y desde allí, los últimos kilómetros nos llevaron al puerto lacustre del Lago Pehoe.
Allí embarcamos en un catamarán que en media hora surcó de un extremo al otro el lago de aguas esmeralda, teniendo en todo momento las vistas más increíbles del Macizo del Paine, que se reflejaban con sus picos negros y crema en el espejo lacustre. Estos nos anticipaban la aventura de internarnos caminando en esa sinfonía de formas pétreas dentro de un paisaje cuajado de lagos multicolores, donde el azul predomina en todas sus gamas.
Después de un buen recibimiento en el lodge donde pasaríamos la noche (se llega solamente en barco) ya estábamos listos para la caminata hasta la zona más profunda de Valle del Francés, donde las montañas caen en planos verticales de granito, conformando un marco espléndido al Glaciar del Francés colgado a mas de mil metros, del pico más alto del conjunto, el siempre nevado Paine Grande.
Pero llegar hasta los pies del glaciar no fue tarea fácil, ya que los sonoros desprendimientos en las alturas, que originan artificios blancos que se van desgranando en múltiples estelas tornasoladas, no se dejan ver sino después de bordear el lago Nordenskjol, pasando bajo la imponente mole del Cuerno Principal, y habiendo dejado atrás el Campamento de los Italianos.
Allí uno finalmente puede detener la marcha y mirar el espectáculo único de ese ventisquero acorralado en el medio de un valle donde la naturaleza ha esculpido el granito con las formas más exigidas, que toman los siguientes nombres: cerro Aleta de Tiburón, cerro La Espada, cerro La Hoja, cerro La Mascara, cerro Cuerno Norte, con un promedio de 2500 metros cada uno. Ellos conforman una guardia de honor eterna a los hielos en las alturas, sobre los cuales coronan los cóndores, con sus vuelos circulares, cada atardecer, cuando el sol antes de sumergirse en el Pacífico deja teñida toda la escena de áureos reflejos.
La vuelta hacia el lodge fue interrumpida constantemente para verificar, con una mirada hacia atrás, que donde habíamos estado no era una fantasía.
Fuente: La Nación
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1257582