Dos excursiones náuticas por los alrededores de la ciudad patagónica. Un mundo de aves, viento y silencio, de la ría a la Isla Pingüino.
De este lado del vidrio, la mañana es brillante, clara y apacible; el cielo monocromático sólo es surcado por el vuelo de alguna que otra gaviota austral. Afuera, el puerto está callado, el viento silba entre los barcos atracados, la sal se huele. Son las 8 y el sol ya está altivo en Puerto Deseado, en la costa norte de la provincia de Santa Cruz. Noviembre suma sus primeros días, pero todavía no hace sentir su tibieza; hace frío y hay viento.
Ataviados con camperas, impermeables, gorros y cuellos altos, nos encaramamos en el bote semi rígido que en poco más de una hora por aguas abiertas nos llevará a la Isla Pingüino. Aceptamos el desafío antes de saber bien a qué nos enfrentamos; asomarse al hábitat de pingüinos magallanes y pingüinos penacho amarrillo que allí tienen su refugio.
Dejamos atrás la costa de Deseado y avanzamos por la ría (el cauce de un río que ha sido invadido por el mar) rumbo a la desembocadura. A poco de andar, a nuestro grupo se suman unas cuantas toninas overas que acompañan la embarcación y parecen celebrar nuestra travesía. La alegría ante esas visitas que habían anunciado los guías moviliza a la tripulación, que se asoma, grita y fotografía los saltos.
Un último vistazo a la costa deseadense antes de avanzar en el mar abierto. En lo alto del campanario de la iglesia Nuestra Señora de la Guarda, vemos el faro de ayuda a la navegación. Sí, la iglesia de Puerto Deseado es una iglesia-faro, una de las cinco que hay en el mundo y allí, muda, esperará nuestro regreso.
La navegación se va haciendo más dura cuando pasamos por una colonia de lobos marinos de un pelo, que parecen ignorar nuestra ronda. Hay una gran cantidad de hembras y juveniles para unos pocos machos adultos. "El harén de los machos", comentan los guías. Se los ve a gusto, pachorrientos, juguetones los más pequeños, coquetos, los machos, en maniobras de seducción. Llegamos a la Isla Pingüino y enseguida vemos en la costa a un grupete de muchachitos vestidos de etiqueta que se bambolean en la playa. Son pingüinos magallanes. Se dejan fotografiar, y nos miran atentos ladeando la cabeza.
Este lado, la cara de la isla que mira al continente, les pertenece; somos nosotros los que avanzamos por un terreno que nos es desconocido. La Isla Pingüino está a 25 km de Deseado y es bastante pequeña, puede ser rodeada en unas pocas horas de andar. Lleva un nombre completamente descriptivo, ya que es una isla "tomada" por los pingüinos, de dos especies: los magallanes y los penacho amarillo. Allá por las primeras décadas del siglo XX, supo haber aquí un faro en funcionamiento, pero fue abandonado hace tiempo y hoy sólo quedan unas pocas paredes descascaradas que sirven de refugio a los pingüinos.
Yendo por un sendero que conduce al centro de la isla vemos a los costados, en pequeños huecos entre las piedras, la arena y los matorrales bajos, a cientos, miles de magallanes cuidando de sus huevos. Los pingüinos son monógamos y conservan la misma pareja toda su vida; al momento de la reproducción, llegan a la isla de a pares, ponen hasta dos huevos y, desde ese momento, macho y hembra se turnan para cuidarlos de la amenaza de gaviotas y escúas.
Al otro lado de la isla, en la cara que mira al océano abierto, hay muy poca playa, la costa es casi enteramente de acantilados bajos y rocas de origen volcánico de tonos rojizos. Allí saltan, animados, los pingüinos penacho amarillo, más pequeños e inquietos que los magallanes. Estos enanos emplumados de pico rojo y penacho amarillo a ambos lados de los ojos, también de un rojo encendido, saltan entre las rocas como si rebotaran, y graznan con energía, arrinconando el silencio de la isla. Son unos dos mil ejemplares, y se espera que sean más en el transcurso de noviembre.
Pasar un rato entre ellos, agacharse a su lado y acompañarlos es asomarse a la intimidad de una especie que en su caminar erguido, en su manera de relacionarse con sus parejas, en la forma de ocuparse de sus crías, parece reflejar lo mejor de la esencia animal. Ahí están, allí se quedarán durante el verano, a sólo una hora de Puerto Deseado.
En otra aventura de navegación, esta vez por la Ría Deseado, una reserva intangible de avifauna marina de más de 40 km, llegamos a la Isla de los Pájaros, que los pingüinos magallanes comparten con gaviotas y gaviotines. Antes, espiamos las colonias de cormoranes imperiales, roqueros y grises. Estos últimos, tal vez los más llamativos por sus colores, son una especie endémica de la zona, y en la ría pueden avistarse desde muy cerca. Se los ve ir por algas y volver a sus nidos en los acantilados. Volando son un tanto torpes, pero son maestros de la inmersión: pueden zambullirse a decenas de metros de profundidad. Y nunca salen sin lo que fueron a buscar. En el ecosistema natural de la Ría Deseado, pájaros, pingüinos, toninas overas y lobos marinos son el paisaje, el interlocutor.
Fuente: Clarín Turismo
http://www.clarin.com/suplementos/viajes/2009/11/15/v-02041032.htm