Puerto Deseado, escenario del paso mítico de Magallanes y de Darwin, es un retazo de paraíso sobre la costa patagónica.
El golfo San Jorge, recorta en forma de semicírculo las costas de Chubut y Santa Cruz: a medio camino exactamente, las líneas imaginarias de los mapas dibujan el trazo punteado del límite interprovincial. Y algo más al sur del cabo Tres Puntas, que marca su límite meridional, junto a un profundo tajo que define el ingreso del mar en la tierra, se levanta Puerto Deseado.
Sólo quien llegue por tierra, tras cientos -cuando no miles- de kilómetros desde un extremo u otro de la Argentina podrá comprender en toda su profundidad la intensidad del deseo que encierra en su nombre, deseo de exploradores y pioneros en busca de un reparo sobre la extensa costa patagónica, tierra que cinco siglos después de Magallanes sigue siendo un desafío pero también un paraíso viviente.
El color azul turquesa de la ría Deseado queda grabado en los ojos de quien lo vio. Aguas brillantes bajo el sol: extendida sobre el antiguo lecho de un río que cambió su vertiente hacia el Pacífico, y abandonó su cauce para que lo ocupara el mar, es un fenómeno único en Sudamérica.
Las aguas del mar ingresan unos 40 kilómetros tierra adentro, kilómetros de agua enmarcada de pórfido que por obra y gracia de la naturaleza se convirtieron en el santuario de una fauna extraordinaria. La navegación en lanchas que parten del puerto, a pocos pasos del centro de la ciudad, permite sentir en apenas un par de horas que se ha realizado un viaje, ida y vuelta, al corazón del paraíso patagónico.
La recorrida abarca seis puntos, desde la desembocadura de la ría hasta la pingüinera de la isla Chaffers, la barranca poblada de cormoranes de la isla Elena, la lobería de isla Larga, el recóndito Cañadón Torcido y la isla de los Pájaros.
En cada uno hay un espacio diferente para el asombro: porque se puede bajar para pasear en toda soledad a centímetros de los curiosos y amigables pingüinos de Magallanes, porque las cuatro variedades de cormoranes se avistan todas juntas al lado de los ostreros y las palomas antárticas, porque a un lado y otro de la embarcación van apareciendo, entre huidizas y curiosas, movedizas toninas overas que juegan a confundirse entre el oleaje.
"Entre los cormoranes está el gris o de patas rojas, que en el Atlántico sólo se ve entre Puerto Deseado y San Julián", apunta Marcos Oliva Day, navegante experto que también se ha cruzado con las ballenas francas australes, que en su viaje de la Antártida hasta la Península Valdés llegan con la mareas y se quedan un par de días antes de volver a partir. "Junto a ellas se divisa el delfín más lindo del mundo, la tonina overa", agrega.
Mientras tanto los viajeros, aprendices de exploradores bajo el timón experto de los guías, pasan de la emoción a la sorpresa, y hay más lugar para un silencio dominado para el viento que para las palabras ante el espectáculo que despliega una naturaleza imponente. Y a lo lejos, del otro lado de la costa, domina el paisaje la silueta caprichosa de la Piedra Toba, solitario testimonio de la actividad volcánica que hace millones de años modeló el paisaje desde la cordillera hasta la costa.
La navegación termina nuevamente frente a la ciudad, pero pasa antes junto a una discreta boya que señala el sitio exacto donde se hundió, a fines del siglo XVIII, la corbeta inglesa Swift. El buque de guerra, que iba rumbo a las Malvinas en misión de exploración, naufragó en 1770 al chocar contra una roca y permaneció oculta bajo las aguas hasta que, en 1975, el descendiente de uno de los tripulantes visitó Puerto Deseado y reveló la historia.
El resto hay que conocerlo en el Museo Mario Brozoski, nombre de uno de los amigos que a instancias de Marcelo Rosas -por entonces un estudiante de 16 años apasionado por la historia- participó en las tareas de rescate. Como si el tiempo no hubiera pasado ni el agua hubiera ejercido su acción devastadora, el museo exhibe botellas, cerámicas, vajilla y otros restos de la corbeta, algunos todavía en proceso de lenta y cuidadosa recuperación en las salas interiores.
Isla Pingüino. Puerto Deseado es la meca de cualquier aficionado al avistaje de aves. Pero hay una especie que todos los años, a mediados de la primavera, se convierte en la estrella indiscutida y la niña mimada de todos los visitantes: son los vistosos pingüinos de penacho amarillo, que anidan en la Isla Pingüino (antiguamente la Isla de los Reyes), a unos 20 kilómetros de Puerto Deseado y unos tres kilómetros de la costa. Menos conocidos que sus primos de Magallanes, que tienen el apostadero de Punta Tombo, despiertan curiosidad y simpatía gracias a la mirada vivaz y las plumas amarillas que le coronan, algo despeinadas, la negra cabeza (no hace mucho, el cine de animación los hizo famosos con Happy Feet y Reyes de las olas). La navegación para llegar hasta la Isla Pingüino -advierte Marcos Oliva Day- "es a mar abierto, por lo tanto hay que planificarla bien y estar pendiente del viento".
Para agendar
Cómo llegar. El aeropuerto más cercano a Puerto Deseado es el de Comodoro Rivadavia (Chubut). Luego hay que seguir por las rutas nacionales 3 y la 281.
Navegación. Navegar por la ría Deseado o hasta la isla Pingüino está sujeta a las condiciones climáticas y el viento. Llevar calzado de trekking, ropa impermeable, pantalla solar y ropa para protegerse del viento.
Excursiones. Los Vikingos (www.losvikingos.com.ar), Cistours (www.cistours.com.ar) y Darwin Expeditions (www.darwin-expeditions.com) ofrecen distintas propuestas en la región. La navegación por la ría dura entre dos y tres horas, mientras recorre los principales lugares de avistaje de aves, apostaderos de lobos y pingüineras. Eco-safari en la ría: $ 140; navegación hacia la Isla Pingüino $ 320; Navegación Van Noort (hasta la mitad de la ría, cinco horas) $ 230; Ruta de Darwin (ocho horas con 85 kilómetros de navegación y recorrido de la ría hasta el final): $ 350.
Fuente: La Voz Turismo
http://www.lavoz.com.ar/nota.asp?nota_id=565880